Los partidos políticos son, o
deberían ser, las escaleras que la sociedad dispone para que personas idóneas
puedan escalar y acceder, pacífica y democráticamente, a los cargos políticos, desde
los cuales se dictan reglas y se toman las decisiones importantes del Estado.
Además, por esta vía los ciudadanos hacen llegar a quienes ejercen el poder:
reclamos, protestas, proyectos e ilusiones, para que se escuchen y plasmen a
través del consenso o del voto mayoritario, teniendo en cuenta el bien común.
Pero hoy los partidos están
en crisis por haber sido absorbidos por las estructuras estatales, las que
sirve para sobredimensionar los liderazgos personales, auxiliados por
funcionarios, asesores, consultores o “contratados”, que además conforman la “militancia”.
Ello les permite, también, usar los medios de comunicación masivos –la prensa,
las radios, la televisión, la cadena nacional que pertenecen o dependen del
financiamiento estatal-; las estadísticas y sondeos de opinión, redes sociales
y asesores de imagen que se manejan o encargan desde el Estado.
Las cúpulas partidarias
fueron reemplazadas por presidentes, gobernadores e intendentes que auxiliados
por directores de empresas o entes estatales o paraestatales, concesionarios y
asociaciones o empresas privadas que dependen de subsidios y planes sociales.
Todo ello facilita el clientelismo que se ejerce a través del personal político
empleado en el Estado, o mediante la articulación que desde el mismo se hace a
través de ONGs, cooperativas, sindicatos, centros vecinales, barras bravas, u
organizaciones piqueteras. Hay partidos que descuentan la cuota de afiliado del
sueldo de los que son empleado públicos.
Esto hizo perder identidad a
los partidos, y en muchos casos los convirtió en estructuras jurídicas vacías
que sirven sólo para postular candidatos o hacer alianzas electorales. Sus
sedes se abren sólo en víspera de elecciones, la formación política fue
sustituida por el marketing, muchas candidaturas fueron copadas por personajes
mediáticos o de la farándula y las convenciones o congresos no debaten ideas ni
plataformas sino alianzas electorales o candidaturas, y muchas veces dicen amén
a lo decidido por sus líderes; a quienes, además, éstas asambleas –casi
siempre- les delegan la suma del poder público partidario, y, cuando estos
jefes están en gobierno, avalan lo que allí hacen.
Elecciones de 2013 y 2015
Ejemplo de ello es lo que
vimos en la provincia de Córdoba en la última elecciones de diputados
nacionales en la que la disputa se dio entre la lista de candidatos del
gobernador Jose´Manuel de la Sota, encabezaba Juan Schiaretti, y la del
intendente Ramón Mestre de la Municipalidad de Córdoba, cuyo 1º postulante fue
Oscar Aguad, y el 3ª su hermano Diego; con el apoyo de los intendentes que le
respondían a ambos, destacándose entre los de Unión por Córdoba el de San
Francisco, Martín Llaryora, que fue el 4º candidato, junto a la locutora “Blanquita”
Rossi; y de los radicales el de Río Cuarto, Juan Jure.
Por el tercer puesto
confrontaban la boleta de Cristina Fernández de Kirchner, liderada por Carolina
Scotto –ex rectora de la UNC-, apoyada por los intendentes del Frente para la
Victoria, especialmente el de Villa María -Eduardo Accastello-, ya que el 2º candidato
fue Martín Gill, que integró su gobierno y era rector de la Universidad de esa
ciudad; y la de Mauricio Macri, jefe del gobierno de Buenos Aires, encabezada
por el ex árbitro Héctor “coneja” Baldacci, para lo cual inauguró una casa de
la CABA en la ciudad de Córdoba.
El senador Luis Juez, con su
candidato Ernesto Martinez, tuvo un brusco retroceso en la votación, por carecer
estructura estatal que lo sustente. Quizás, si el primer candidato hubiera sido
el socialista Roberto Birri, como se lo propusieron, hubiera conseguido el
apoyo del gobernador de Santa Fe que es de ese partido, El voto castigo lo
capitalizó la Izquierda que casi obtuvo, por primera vez, un diputado nacional.
Los debates televisivos entre
los candidatos y los fondos y espacios otorgados en radios y televisión por el
Ministerio del Interior a los partidos poca influencia tuvieron entre los
sufragantes, que se dejaron llevar más por la persistente propaganda y acciones
proselitistas que desplegaron los gobiernos nacional, provincial y municipales.
El significativo protagonismo de estos quedó demostrado con la inédita derrota
que un intendente, Sergio Massa, le infringió la presidenta.
El Fondo Partidario
Permanente que por ley financia a los partidos, y los controles y sanciones que
administrativa y judicialmente se les aplican a los partidos no han dado
resultados: ni para que haya vida partidaria, debates, escuelas de dirigentes, ni para financiar
campañas electorales.
Las elecciones primarias abiertas y simultáneas (PASO), obligatorias a
nivel nacional, intentaron suplir lo que no se hace en los débiles partidos.
Pero sirvieron para que algunos candidatos vayan “por fuera” de las agrupaciones
de las que son dirigentes, usando la personería de otro partido, que muchas
veces son sólo una estructura jurídica, un “sello de goma” como se los denomina.
La ley que las regula no exime de participar a los candidatos que no tienen
contendientes internos; ni admite alianzas después de que se haya votado, por
ejemplo que un candidato a presidente de una alianza o partido pueda unirse en
una fórmula con el vice de otra.
Con
miras a los comicios de 2015 se ensayan nuevas alianzas y precandidaturas que
parecen ser más de lo mismo. Lo que necesitamos es que los partidos vuelvan a
ser parte de la sociedad, vehículos de participación, foros de debate, escuela
de dirigentes y no apéndices del estado; y se financien con trasparencia.
Un
objetivo para la generación de políticos; nacidos al civismo después de
recuperada la democracia y que ya comenzaron a reemplazar a los “setentistas”;
será sacar a los partidos del pozo en que cayeron y reconvertirlos en “instituciones
fundamentales” de la democracia (Art. 38 CN), lo que será, además, una
invitación a participar.
Córdoba, mayo
de 2014.