Un ejercicio de la memoria nos traerá al presente algunos hechos y episodios de nuestro paso por este querido Colegio Nacional de Monserrat que para mí merecen ser recordados.

Cursé mis estudios secundarios en este centenario colegio hace sesenta años, como antes lo había hecho mi padre, José Miguel; y luego lo hizo mi hijo, José Gabriel.

La calle Obispo Trejo y Sanabria era, entonces, más angosta; no era peatonal -como tampoco lo eran ninguna de las del centro-, y tenía los rieles del tranvía.

En la entrada estaba escrita una leyenda que decía: “Nadie es tan grande que pueda entrar o salir con el sombrero puesto”.

La pizzería de Don Luis, donde íbamos algunas veces después de clases a comer su tradicional pizza, estaba entonces en la calle 27 de Abril y Obispo Trejo, donde hoy luce la plazoleta Jerónimo Luis de Cabrera.

Durante los seis años de cursado, mis compañeros fueron varones, salvo al final del período peronista, en el que se permitió el ingreso de algunas pocas mujeres. Solo recuerdo una en nuestra camada.

La política influyó mucho en el colegio y en nuestras vidas, ya que algo parecido a lo que hoy denominamos “grieta” se adueñó de la vida de los argentinos en la década del cincuenta. Al final del gobierno de Juan Domingo Perón, en el colegio se comenzó a dictar la asignatura Cultura Ciudadana - en la que se difundía la doctrina peronista-, se creó la agrupación estudiantil Unión de Estudiantes Secundarios (UES) - identificada con el oficialismo-, y se cambiaron las autoridades - el rector y el vicerrector - por personas identificadas con ese gobierno.

Cuando fue derrocado Perón, recuerdo haber visto a algún profesor en la puerta del colegio con una ametralladora en el hombro. Los luctuosos sucesos políticos del año 1955 hicieron que ese año se nos eximiera del examen final con el promedio de 4, y no con el de 7 como era siempre.

Luego, con la “Revolución Libertadora” que en 1955 derrocó a Perón, se volvieron a designar autoridades del colegio. En dicho golpe de estado, que comenzó en nuestra ciudad, hubo profesores y alumnos que participaron, incluso armados.

Luego vinieron las elecciones de constituyentes de 1957 y, más tarde, la lucha de “libres” y “laicos”, la cual culminó con la creación y habilitación de universidades privadas, entre las cuales estuvo la Universidad Católica de Córdoba que fue la primera, cuya sede estaba a pocos metros de nuestro colegio.

Todo esto influyó mucho en mi vida, ya que en los primeros años del cursado mi vocación era seguir los pasos de mi abuelo paterno, Salvador, que había sido constructor. Por eso, yo aspiraba ser alguna vez ingeniero civil. Pero las “grietas” políticas, antes referidas, no solo invadieron al colegio, sino que penetraron mucho en mi persona.

El conflicto de Perón con la Iglesia y la finalización de su gobierno fueron el factor determinante para mí. El profesor Amaya, de Cultura Ciudadana, entraba y, más de una vez, me expulsaba de la clase por mis preguntas que para él eran impertinentes. Asistí a la conmemoración del Corpus Cristi de 1955 en la Iglesia de Santo Domingo, donde, además de católicos, había opositores de todos los signos.

Creamos luego la Agrupación de Estudiantes de Monserrat (ADEM), de la que fui presidente, y un periódico, Proa, editado en mimeógrafo, del que fui director.

Hacíamos pegatinas con carteles que confeccionábamos en el garaje de mi casa con páginas de diarios, en la que escribíamos con témpera consignas a favor de la “Enseñanza Libre”, y que pegábamos de noche en las paredes del colegio o del frente con engrudo que elaborábamos con harina y agua.

Todo esto, sumado a la influencia de algunos profesores como José María Fragueiro de Filosofía, Ceferino Garzón Maceda de Historia Argentina, y Felipe Yofre Pizarro de Instrucción Cívica, entre otros, fueron factores determinantes en mi decisión de cambiar mi vocación, por lo que terminé estudiando y recibiéndome de abogado en la Universidad Católica de Córdoba, doctorándome luego en la Universidad Nacional de Córdoba y dedicándome, también, a la política.

Recuerdo que los primeros flechazos de enamoramiento fueron dirigidos a hermanas de algunos compañeros del colegio, como a Suny, hermana de Raúl Martínez, o a Gloria, hermana de Ricardo Criscuolo, ya fallecido.

Recuerdo las fiestas y encuentros que compartimos con los compañeros como, por ejemplo, cuando íbamos a Gimnasia en el Parque Sarmiento, o cuando visitamos a Miguel Berutto, quien más tarde llegó a ser un ejecutivo muy importante de la Empresa Pérez Companc, y que vivía, entonces, en Rio Segundo, y nos hacía pasear en la jardinera de su casa tirados por un caballo.

El apellido de mi amigo, colega y compañero del Monserrat y de la Universidad, Enrique Saravia, abogado que luego se doctoró en la Universidad de París I (Panthéon-Sorbonne), luce en el nombre del estudio jurídico que presido desde hace 54 años, aunque él como consultor y profesor vive actualmente en Brasil.

A esta querida casa la debo muchas de mis condiciones, conocimientos y experiencias, que me marcaron para siempre. Mi vocación por el derecho, la política, la docencia y la difusión de ideas por la prensa u otros medios nacieron en este colegio.

La educación humanista la recibí de excelentes rectores, como fueron Valeriano Torres y Rafael Escuti; y profesores, entre los cuales recuerdo muy especialmente a “Orejita” Buteler, Próspero Grasso, la “Vieja” Centeno”, Román Velasco, Samuel Sánchez Bretón, Mario Revol Lozada, “Mister” Hughes, Julio “el Loro” Achával, Emilio Sosa López, López Carusillo, Sánchez Sarmiento, y al Maestro de música Alberto Grandi, a quien fastidiábamos cuando cantábamos el himno del colegio diciendo a coro: “Frente a Duartessssss y Quirós”, práctica que se repitió por años, incluso cuando mi hijo fue alumno.

Las enseñanzas y los ejemplos de estos docentes, sumadas a las circunstancias que rodearon la vida de nuestro país y del mundo de entonces, imprimieron en mí valores a los que siempre intenté ajustar mi conducta como: el amor a la libertad, a la justicia, a la democracia, a la Constitución, a la solidaridad, a la igualdad, a la paz, a la excelencia en la educación, al diálogo y al bien común. Los principales logros que alcancé y las convicciones que me acompañaron en la vida no hubieran sido posibles si no hubiera tenido la formación que recibí en esta alta casa de estudios.

Por eso es que debo agradecer a Dios por:

* estos 60 años de egresado;

* haber pasado por las mismas aulas en las que alguna vez estudiaron próceres de la talla de Juan José Castelli, Juan José Paso, y Deán Gregorio Funes; o presidentes de la República como los fueron: Santiago Derqui, Nicolás Avellaneda, Miguel Ángel Juárez Celman y José Figueroa Alcorta; o quien redactó el Código Civil: Dalmacio Vélez Sarsfield; o personalidades del siglo pasado como: Arturo Orgaz, Ramón J. Cárcano. Deodoro Roca, Leopoldo Lugones y Agustín Díaz Bialet –quien egresó con mi padre y fue juez de la Corte Suprema de Justicia-; o personajes contemporáneos como: el filósofo y diplomático Ernesto Garzón Valdez y el Cardenal Estanislao Karlic; y de las cuales fueron distinguidos compañeros de nuestra promoción que se recibieron de abogados con medallas de oro en la Universidad Nacional de Córdoba como: Carlos Horacio Clariá - fallecido en Roma en 2009 siendo uno de los directivos del Movimiento de los Focolares-, y el ex Ministro de Justicia Jorge de la Rúa - quien nos dejó el año 2015;

* los compañeros que tuve -con algunos de los cuales nos reunimos cada tanto para alimentar estos recuerdos-;

* la devoción que le debo a la Virgen morena, Nuestra Señora de Monserrat, a quien visité hace algunos años y a quien recé en el Monasterio construido hace más de mil años en su nombre, ubicada en una de las montañas catalanas que hay al norte de Barcelona; y

* sentirme siempre guiado por la frase que luce en el escudo del Colegio: “En virtud y en letras”; e iluminado, con la que termina su himno: “Por la Patria y en la Patria, con la luz del Monserrat.”

Córdoba, noviembre de 2018.